martes, 9 de febrero de 2010

Generosidad y desdén


ORTEGA Y GASSET, José. “Amor en Stendhal”. En: Estudios sobre el amor. Madrid, Revista de Occidente, 1957, pp. 111-112.

En el “estado de gracia” —sea místico o sea erótico—, la vida pierde peso y acritud. Con la generosidad de un gran señor, sonríe el feliz a cuanto le rodea. Pero la generosidad del gran señor es siempre módica y no supone esfuerzo. Es una generosidad muy poco generosa; en rigor, originada en desdén. El que se cree de una naturaleza superior acaricia “generosamente” los seres de orden inferior que no le pueden nunca hacer daño, por la sencilla razón de que “no se trata” con ellos, no convive con ellos. El colmo del desdén consiste en no dignarnos descubrir los defectos del prójimo, sino, desde nuestra altura inaccesible, proyectar sobre ellos la luz favorable de nuestro bienestar. Así, para el místico y el amante correspondido, todo es bonito y gracioso. Es que al volver, tras su etapa de absorción, a mirar las cosas, las ve, no en ellas mismas, sino reflejadas en lo único que para él existe: Dios o lo amado. Y lo que les falta de gracia lo añade espléndido el espejo donde las contempla. Así Eckhart: el que ha renunciado a las cosas, las vuelve a recibir en Dios, como el que se vuelve de espaldas al paisaje lo encuentra reflejado, incorpóreo, en la tersa y prestigiosa superficie del lago. […]
El místico, esponja de Dios, se oprime un poco contra las cosas: entonces Dios, líquido, rezuma y las barniza. Tal el amante.
Pero sería caer en engaño agradecer al místico o enamorado esta “generosidad”. Aplauden a los seres por lo mismo que en el fondo les traen sin cuidado. Van a lo suyo, de tránsito. En rigor, les fastidian un poco si les retienen demasiado, como al gran señor las atenciones de los “villanos”.

miércoles, 3 de febrero de 2010

El ensayo según Jorge Valenzuela



He conseguido trabajo. No sé si eso deba envanecerme o sólo se convierta, con el paso de los años, en una explicación lógica de mis desajustes emocionales en este periodo de mi vida. Me encuentro sumido en un estado de insatisfacción, no me dan ganas de hacer nada; sentado en la mesa repito, marco papeles y señales, casi de manera automática; sino no fuera por la Revista seguramente habría quedado convertido en un vegetal o en una piedra fabulosa al costado de los sellos y la tinta (se entiende la ironía?). Falta poco y puliendo detalles y corrigiendo errores vemos que ha quedado más hermosa que antes. Cuando puedo, trato de leer; una que otra sopresa, un verso, una frase, una definición, un adjetivo, algo bonito solamente, algo hermoso realmente; mi vieja costumbre de recolector no ha variado, eso me causa una especie de alegría lamentable ante la disección o el fragmento. Evito los conflictos; que este tiempo árido y unívoco sea unas bienhechoras vacaciones. Me escondo de la escritura. No sé si alguien lee esto; lo único que me alegra (aparte de la argentina) es saber que estás palabras pueden leerse; así me siento menos solo. Por lo menos sé que mi estupidez no ha cambiado.
Lean (leí, leo) estas notas sobre el ensayo; me parecen claras y agudas. Espero sirvan para algo.



VALENZUELA GARCÉS, Jorge. “El ensayo latinoamericano del siglo XIX”. En: Literatura Hispanoamericana B. Lima, UNMSM-Facultad de Educación, 2009, pp. 21-22.

El ensayo como género literario establece un modo de escritura en el que el sujeto proyecta su subjetividad en torno a un tema. En esa dirección, el ensayo permite que el escritor, en esa relación que se establece con el objeto de la escritura, construya una identidad móvil y abierta al descubrimiento, una identidad que se ve afectada por la aproximación a ese objeto de estudio. Es inevitable, por lo tanto, que el escritor plasme lo singular de su subjetividad y que en esa aproximación personal se afecten y cambien sus valores o su punto de vista.
El ensayo es el género que fomenta la individualidad y el establecimiento de la autonomía e independencia del sujeto a partir de la expresión de una conciencia libre. En ese sentido el ensayo, como ningún otro género, es, también, un operador de ciertas capacidades intelectuales asociadas con el cambio, con lo nuevo y por cierto con la creación de nuevos escenarios y posibilidades.
El ensayo se inscribe en un movimiento de búsqueda, de cuestionamiento y de apertura. Su aproximación al tema, por lo tanto, es abierta y en algún sentido infinita, libre, inagotable. No busca, como en la investigación científica, probar algo de manera irrefutable. Su campo es el de la argumentación, el de la persuasión en el que las razones se presentan para convencer, para ganar la adhesión de alguien a una causa o posición. El ensayo puede apelar a fuentes autorizadas, pero normalmente no lo hace porque el punto de vista del escritor filtra toda la información recibida o relacionada con el tema, es decir, la procesa y subjetiviza.
El ensayista debe trabajar el tema apelando a la veracidad. Puede utilizar cualquiera tono, recurso retórico o estrategia, pero no debe confundir su campo con el de la ficción. El ensayista debe entender que, después de todo, el producto de su reflexión es una propuesta, un texto que dialoga con los lectores y que ese diálogo está marcado por la necesidad de construir un campo de expectativas útiles, funcionales, productivas. Por ello no debe olvidarse que el ensayo establece un diálogo con el presente, con la actualidad, con aquello que alimenta nuestra problemática en cualquier campo.
Formalmente el ensayo emplea un tono confidencial en el que el diálogo con el lector es importante, por lo tanto privilegia la función apelativa. Aunque marcado por la subjetividad, el lenguaje debe ser claro y enfático; no olvidemos que el ensayo busca convencer y que esto sólo se consigue con ideas o argumentos articulados a una posición.
Entre nosotros, el ensayo es la modalidad literaria a través de la cual se exponen y fundamentan ideas cruciales relacionadas con el destino de nuestras naciones. Si bien es cierto que en el romanticismo el ensayo se confunde con la novela, como en el Facundo de Rodó, durante la hegemonía realista esta confusión dejará paso a un discurso más acendrado y claro en el que las posiciones adoptadas estarán fuertemente sustentadas en conocimientos de naturaleza política, económica, social y cultural.
Los ensayistas hispanoamericanos, en este sentido, son esencialmente hombres de letras y a la vez líderes políticos. Figuras como José Martí o Manuel González Prada confirman el hecho de que la literatura, en su modalidad ensayística, podía convertirse en un instrumento de cambio, en un movilizador de las conciencias.