martes, 18 de enero de 2011

Tiempo sangre


Tengo cierta fascinación por las heridas.

Antes era capaz de soportar el delgado fluir de mi sangre, la piel lastimada, en silencio y entre sombras acaso, eran horas donde lo sólido surgía como una realidad infalible. Si el cuerpo surca el espacio de lo inestable y es al mismo tiempo materia descarada, plural, escarnio de luz, espinas sobre la tierra reseca, dónde guarda su forma original; su naturaleza inconstante me aqueja. Sangrar fue un ejercicio de purificación, cuando el dolor sólo era la parte prescindible de la existencia.

¿Qué ha cambiado?

La sustancia cambia, se transforma, adquiere dimensiones y colores imposibles: incluso mi cuerpo es un laberinto de claridad y plumas escarlatas, raíces monstruosamente retorcidas y el recorrido oscilante brillante de mi sangre
oscura. Cuando estoy ebrio el grito es la única forma que apresa la lenta vacilación de mi vida. Debería gritar cada vez que siento ese hormigueo. Debería hacerlo (la sinceridad no es una de mis virtudes). Hace tiempo que la sangre desea un rumbo distinto al que puedo darle. Siento como si mi sien izquierda entrara en trance, al borde de la explosión, y se estableciera un lazo inevitable e invisible con los muros, las sillas, las flores de plástico de mi mesa. Un solo latido. Una sola realidad la mano y la mesa, la piel, la miel, el aire, el cielo: la sola realidad del tiempo y su veneno disolviéndose fantasma.

domingo, 16 de enero de 2011

Luna, Mariposa, Gramática, Nuera y Pergamino


Tiempo después se encontraron en una habitación. Él acababa de despertar. La cabeza le dolía y la respiración era ajustada. "Cuando la luz se acabe, me acercaré a ti: todos los libros caerán al piso, incluso esa monstruosa gramática que nunca abandonas, que lees con desesperación por las noches, imaginando de seguro que ahí existe, sólo ahí, un punto fijo, el vacío, tu pupila". Pensó en su rostro. Algo se movía sobre su piel pálida. Una sola luz caía sobre sí mismo: la luna aullaba tras la luna. Quiso tocarse. No pudo. Un cable o, tal vez, una cadena: una materia rígida y real lo aprisionaba. Abrió los ojos, creyó que lo hacía. "En el invierno no hay mariposas y no importa si el cielo sigue manchado, si cada uno de nosotros desaparece de la faz de la tierra, incluso cargando el enorme libro". La luz lo lastimaba. Había despertado sin memoria. Un leve dolor en la parte baja de la espalda lo delataba. Él era, él había sido, el único culpable. Cerró los párpados con furia, con la convicción de que no importaba nada, de que todo desaparecería con sólo desearlo. Apretó los dientes; cada músculo chilló, como si un chisporroteo de cabellos de luminosos lo golpeara, como si su rostro fuera el piso inverosímil de un ejército de arañas. "Las hojas caen, se mantienen sobre el viento". Abrió los ojos con resignación; descubrió que estaba amarrado, sentado sobre una silla, que su cuerpo no existía, que quien quiera que fuera no importaba. Estaba atrapado. "Incluso eliminando cualquier vestigio, algo quedará de mí". La pregunta llegó rauda, incolora, venenosa.
—¿Lo encontraste?
—¿Qué?
—¿Acaso intentas engañarme?
—No lo encontré, fue en vano. Nadie supo darme razón del pergamino. Lo intenté. Espero tu perdón, aunque sea inútil.
—Eres libre de salir de este ambiente, si lo deseas.
“¿Encontré el pergamino? ¿Fui capaz de hallarlo? ¿Qué pasó con los demás? ¿Dónde están los demás?”. Un trozo de hielo, áspero y mortal, descendió desde su cara, se deslizó suavemente bajo su camisa, sucia y húmeda, acabó por recorrer su vientre, se hundió inaccesible entre sus telas. “¿Qué hubiera dicho ella? Nada”. Recordó a la muchacha, la misma que ahora lo miraba llena de rencor y asco.
—Nunca pensé que mi búsqueda terminara así.
—¿Así cómo? —La muchacha insinuó una sonrisa de desprecio. El gran libro pesaba aún sobre su espalda.

miércoles, 5 de enero de 2011

Casi muerto, sin amor, herido de belleza: afecto al drama. Rabioso, lleno de miedo, cubierto de flores y sangre los cabellos. Con hambre, con fuego, con las últimas luces de la mañana. Incapaz de movimiento. Frente al espejo, bajo el agua, detrás de la cortina. Con un pedazo de lata y de cilicio entre las manos. Ebrio, sin latidos, escarcha y vino.