miércoles, 16 de junio de 2010

¿Para qué un blog? (O del retorno)


He estado meses pensando en el sentido de estas líneas. Sé o, mejor dicho, sabía que nada nuevo podía escribir sin antes contestar esta pregunta. Torpemente he vuelto al asunto, desilusionado, falto de fe, muchas veces sin esperanza alguna, sólo por romper el silencio de la página. Sumergido en las miserias de la inacción, ante el solo bullicio de las clases y el trabajo, he querido, sin conseguirlo, una página, he buscado esa página redentora. No diré con desesperación, sí con miedo, tal vez, con cierto remordimiento. Cada palabra, cada frase resuelve, sin saberlo, sin proponérselo, un misterio: una zona indescifrable se revela o, en el peor de los casos, todo se confunde más. La escritura desde esta mirada (sin duda alguna) anacrónica no puede ser, no es nunca, profesión u oficio, aun cuando la expresión obligue al respeto de ciertas formas, a la armonía, a la exactitud, al ritmo o, lo cual es más complicado, al frenesí, al éxtasis, a la liberación sin reparos (aunque tomando las precauciones necesarias para no caer en la insensatez formal o el melodrama, o, más peligroso aún, sin tomarlas). Si en un principio este espacio fue concebido como una escapatoria, como la puerta falsa de un edificio en llamas, como una especie de equilibrio siniestro (una balanza de nervios y carne), una estratagema para controlar mi estado de ánimo, ahora esta aplicación resulta insuficiente.
¿Qué sentido tiene escribir en un espacio que probablemente nadie lea? Sólo un exceso de vanidad o, tal vez, una soberbia desenfrenada puedan ser respuestas apropiadas a esta interrogante. Realmente no sé porqué escribo un blog ni siquiera sé porqué coloco estas líneas que deberían ser una especie de terapia (como si un par de horas frente al teclado fuera suficiente para transformar la rabia que me posee en una escultura de papel). Si supongo que mi sensibilidad acierta al mostrarme alguna imagen de lo que soy, puedo creer que esto tiene algún sentido, aunque sea tan insignificante como el hecho de mantenerme con vida. Intento una respuesta, una vez más:
—¿Para qué un blog?
—Si escribo es porque cada cierto tiempo me urge salir a las calles para caminar sin ruta fija; porque, algunas veces, deseo que la muerte se apodere del mundo; o, porque un frío indescifrable cala mi cuerpo y necesito una fragancia, un brazo, un puñado de cabellos para sostenerlo. Si escribo es porque sufro de una incapacidad de amor que me consume y no encuentro la palabra necesaria para que el planeta entero recobre su armonía. No hay huida (¿exageración acaso?).
—Desde aquí ves el cielo, las nubes que chocan entre sí. ¿No puedes conformarte con esto? ¿Acaso no es suficientemente maravilloso, son necesarias las palabras?
—¿Por qué el miedo invade mi casa en forma de pájaro o se oculta debajo de mi refrigerador o detrás de las flores de plástico de mi sala? Quiero creer que algunas de estas palabras son medicina o agua fresca o, tal vez, un antídoto eficaz. Pero con todo, surge en mí una inconciliable necesidad de respuestas. No quiero vivir, pero tampoco me anima la muerte. Acaso esto sea el limbo. Una esperanza absurda: ¿un habitar en la nada?
—Nada más inútil que la escritura. Son preferibles noches de insufrible tormento a la manía de colocar una palabra tras otra.
—Con una certeza y sin el valor suficiente para materializar ese mundo de sensaciones y electricidad que recorre mi cuerpo. No son sólo las palabras, sino la materia oscura del amor lo que anhelo. He dicho “materia oscura” y no sé si esta expresión signifique algo. No sé si redondee la forma exacta del amor; si sea suficiente no sólo para decirlo, sino para traerlo vivo, verdadero y real frente a nosotros.
—¿Por qué escribes?
—Toda palabra es un cadáver irreconocible de lo que es el mundo. Pero también es un deseo, una promesa, un acto de fe, el amor mismo. (¿Una mentira más, qué importa?).