viernes, 25 de enero de 2019

Espero tras la puerta. El aire ha muerto. Minúsculas formas acuden de inmediato, encuentran en el resplandor de los vidrios bajo el crepúsculo, su energía, su movimientoPero así fue como la lluvia se mantuvo (floto sobre los muslos de azucena, sus muslos que consiguen el estremecimiento, que son el estremecimiento, la maravilla) siempre la misma impregnando de miedo las calles, ese miedo rabioso de morir enfangado. Un perro plomo recorre las calles. Recia sobre sus piernas desciende su orina. 

Un fantasma que circula por las calles, confuso entre el sudor de la madrugada y los resplandores evanescentes de la oscuridad que termina. Los vidrios opacos de los automóviles son el espejo de la muerte, donde veo el rostro de la luna que se aleja, donde todavía se reflejan los extraños que caminan sin rumbo por las calles hambrientas de mi ciudad. Soy un espectro. Un polvo traslucido desciende y me persigue; cubre inmediato cada uno de mis pasos. La garúa se revela, se posa amenazadora sobre el borde del vidrio turbio de las ventanas


La coloración es complicada, requiere de una claridad que escapa de mi control. Cubro el brillo de la piel. (Una caja llena de vísceras de pollo, pensé en las vísceras al encontrar. Me rehúso a abandonar mi puesto. Observo.

Me han prometido que en menos de dos horas saldrá. Pagué en efectivo, no discutí el precio, por más que me pareció elevado. Me esforcé para no parecer incómodo. Aunque no pude evitar que mis manos sudaran un poco. El tipo recibió el dinero sin ni siquiera mirarme, como si mis monedas no valieran nada, como si fueran un gato muerto, un trozo de carne descompuesta mordida por las hormigas y el viento.

Tal como anticipé, la forma de su rostro es otra. Cuando me la crucé en la calle su mirada carecía de ese espíritu de sospecha que ahora percibo. Su piel no es la que imaginé. Me avergüenza reconocer que me tiemblan las rodillas al admirar su cuello y la forma sinuosa de su espalda. Trato de parecer indiferente (busco alguna posibilidad de engaño), mientras observo por el ojo de la puerta cómo se desviste. Remiendo tras remiendo caen como si fueran pétalos sus cabellos y su piel. La tela se desliza y puedo ver el vello rubio de su pubis. Sostengo el aire, mientras su desnudez se convierte en la única razón de mi supervivencia. 

No tengo idea de qué voy a escribir. Escribo porque hace tiempo que las palabras no me visitan y he decidido ir en su busca. No existe una lógica previa, solo la necesidad infausta de persistir, de encontrar tal vez. Copio a Barthes descaradamente, sin empacho.