domingo, 29 de noviembre de 2009

Voces


Escucho voces en mi cabeza. Desde hace días pienso; quiénes hablan, qué dicen, por qué lanzan sus palabras como si fueran a ser recibidas. No es una ofrenda, les digo, no estoy obligado a aceptarlas. Grito. Suenan. Bandejas de cristal y cubiertos dorados chillan, en pedacitos, reflejados en mi mente y flotan sobre mi sangre y ante el miedo que me producen no soy yo mismo, sino un rompecabezas de otras voces. Interminables respiraciones, susurrantes palpitan, en un recorrido interminable: la verdad surge en esas miles de bocas abiertas, dientes apretados y las palabras son fuego puro y me dicen no más, no más. No encuentro una salida, me asfixio porque no sé, porque su realidad es auténtica y me aplasta, porque no soy nadie. ¡Basta, basta! Grito. Estoy solo en mi habitación y el espejo también se encuentra vacío y un vaho turquesa se posa sobre su superficie y miro desde mi ventana y una multitud de cabezas pequeñas respiran ese aire venenoso y compartido. Mi frente sangra y todas las venas de mi cuerpo parlotean y su chillido se mezcla con el ruido inasible de las piedras arrastradas por el río. No hay melodía, solo mi pecho que se hincha y desciende, solo una calma que poco a poco se apodera de mí y me brinda un limitado pedazo de silencio; tan puro que me estremece, me acerca a la muerte.

miércoles, 25 de noviembre de 2009

Tres poemas de François Villon

Ítem, a Margot la Gorda,
de muy dulce rostro y apariencia,
¡por mi fe!, ¡por Dios!,
criatura bastante devota,
la amo por tendencia natural,
y ella a mí, dulce sabrosa:
quien la encuentre por casualidad,
que le lea esta balada.

Balada
[de Margot la Gorda]


Si amo y sirvo a mi señora de buen corazón,
¿me tendréis por vil o tonto?
Ella tiene en sí virtudes para un gusto sutil.
por su amor ciño escudo y daga;
cuando vienen gentes, corro y tomo una jarra
y me voy discretamente, sin hacer gran ruido;
les sirvo agua, queso, pan y fruta.
Si pagan bien, les digo bene stat,
volved por aquí cuando estéis en celo,
a este burdel donde trabajamos.

Pero hay gran enfado
cuando Margot va a acostarse sin dinero;
no la puedo ver, mi corazón la odia a muerte.
Tomo su vestido, su cinturón y su camisa,
le juro que lo tendrá en pago.
A los lados se me agarra: “!Es el Anticristo!”,
grita y jura por la muerte de Jesucristo
que no será así. Empuño entonces un trozo de lo que sea
y sobre la nariz le dejo un escrito,
en este burdel donde trabajamos.

Después se hace la paz y me suelta un gran pedo,
más gordo que un escarabajo venenoso.
Riendo me pone la mano sobre la cabeza,
“!go, go!”, me dice y me golpea el muslo…
Borrachos los dos, dormidos como un zueco.
Al despertar, cuando le suena el vientre,
se monta sobre mí, para que no estropee su fruto.
Gimo bajo ella, que me deja más liso que una tabla;
con tantos excesos me agota
en este burdel donde trabajamos.

Haga viento, granice, hiele, tengo mi pan cocido.
Soy lujurioso, la lujuria me persigue.
¿Qué vale más? Cada uno imita a otro.
Ambos son equivalentes; a mala rata, mal gato.
Huimos del honor, él nos rehúye,
en este burdel donde trabajamos.




XIII. Tetrástico


Yo soy François, lo cual me pesa,
nacido en París, cerca de Pontoise,
y en el extremo de una soga
sabrá mi cuello cuánto pesa mi culo.


XIV. El epitafio de Villon
[o La Balada de los ahorcados]


Hermanos humanos que vivís después de nosotros,
no tengáis contra nosotros los corazones endurecidos,
pues si tenéis compasión de nosotros, pobres,
Dios tendrá antes misericordia de vosotros.
Aquí nos veis, atados, cinco, seis:
en cuanto a la carne, que hemos alimentado en demasía,
hace tiempo que está devorada y podrida
y nosotros, los huesos, nos hacemos ceniza y polvo.
Nadie se ría de nuestro mal;
pero rogad a Dios que nos quiera absolver a todos.

Si os llamamos hermanos, de ningún modo debéis
tener desdén, aunque fuimos matados
por Justicia. Sin embargo, sabed
que todos los hombres no tienen sensatez;
perdonadnos, ya que hemos partido
hacia el hijo de la Virgen María,
que su gracia no se agote para nosotros,
preservándonos del rayo infernal.
Estamos muertos, que nadie nos moleste,
pero rogad a Dios que nos quiera absolver a todos.

La lluvia nos ha lavado y limpiado,
y el sol, desecado y ennegrecido;
urracas, cuervos, nos han cavado los ojos
y arrancado la barba y las cejas.
Nunca en ningún momento estuvimos quietos;
hacia aquí, hacia allá, según varía el viento
a su antojo, sin cesar nos menea,
más picados por los pájaros que dedales de coser.
No seáis, pues, de nuestra cofradía,
pero rogad a Dios que nos quiera absolver a todos.

Príncipe Jesús, que sobre todos tienes poder,
evita que el Infierno tenga dominio sobre nosotros,
que no tengamos que hacer con él, ni que pagarle.
Hombres, aquí no hay broma de ningún modo;
pero rogad a Dios que nos quiera absolver a todos.

[De VILLON, François. Poesía. Bogotá, Oveja negra, 1983]

martes, 17 de noviembre de 2009

martes, 10 de noviembre de 2009

Le nom du père

Se han acabado las posteadas. Todo lo que escribí en una noche, cada palabra, ha sido depositado en este espacio (no me atrevo a decir página). Mi pequeño almacén de traiciones ha concluido. Todo estaba programado. Cada día, cada sensación nueva era solo una réplica de algo que sucedió, tal vez, solo en mi mente. Ahí radica mi principal problema: no distinguir entre lo que sucede en la realidad y lo que no. Este saber es el que constituye la vida en sociedad. Imaginen a un hombre que todas las mañanas despertara insultando a su vecino; porque en sus sueños este lo ha perseguido con una metralla o un cuchillo lleno de sangre. Imaginen el rostro apenado de su esposa, de sus hijos que no comprenden porqué, apenas liberado del sueño, este hombre, con la bata aún puesta, sale, camina por el corredor y toca con convicción insana la puerta de su enemigo. Imaginen la contraposición del rostro legañoso del convicto y el padre ofendido. Eso no es comunidad. El vecino con el paso del tiempo se verá obligado a tomar medidas. Primero pedirá disculpas. Luego no cederá al impulso de la puerta. Ante el abrupto despertar de sus mañanas. Oscurecido por la falta de sueño. Lamentablemente endeble, este hombre cogerá un rifle amenazando a su vecino. Ambos quedarán en medio del corredor, ambos portadores de una verdad inconfesable, ambos personajes de una patética confusión. El sudor, el peso del rifle, la fuerza de los dedos decidirán al final cuál es el destino de aquellos hombres. No es necesario un charco de sangre para que la justicia se manifieste. Tampoco es suficiente una disculpa para que no lo haga.

El sueño es continuo; y cuando el sueño es continuo deviene enfermedad. ¿Cuándo inicia la realidad? ¿En qué momento una palabra, una acción, un deseo se convierten en algo manifiesto y real? Pasan los años y esta oportuna ceguera ha sido la excusa perfecta para mentir innumerables veces. La mentira como un modo de existencia, como una cualidad personal, la intimidad misma como un fraude. No me arrepiento de nada, nunca he creído en el bien y el mal. Las pocas veces que cruzaron por mi mente un dolor de estómago, los pies sangrantes de mi abuela, aquella noche en el circo fueron suficientemente reales como para desbaratar esta ficción.

Escribir es como aproximarse a la muerte. En algún momento se acaba el aliento, en algún momento el ritmo se trunca y luego solo queda el silencio. Qué decir sino: maldita sea van a cerrar la cabina.

Hollywood y los griegos (De Hotel Paranoia...)


Todo esto nos lleva al verdadero triunfo de un modelo épico sobre otro. La victoria de los troyanos sobre los aqueos. La actualidad de Héctor y no la de Aquiles u Odiseo. ¿Por qué el héroe troyano nos resulta tan cercano? Porque no asume solamente un rol. En su personalidad se encuentran entrelazadas distintas posiciones. Es hijo, padre, esposo, héroe, todo al mismo tiempo. La proyección héroe-familia-comunidad es un mecanismo asimilado desde hace tiempo por Hollywood. Una cantidad importante de sus películas de monstruos trabaja con este formato. En otras palabras, la vuelta o constitución del orden se encuentra estrechamente relacionada a la capacidad reproductiva del héroe. Debido a eso la muerte está permitida, siempre y cuando, no interfiera con la reproducción y con el desarrollo de nuevos seres. Así, el relato amoroso inserto en todas estas películas no es algo accesorio, sino una constante, más aún, el elemento más importante. El héroe debe sobrevivir y reproducirse como trasunto de su ideología de base. Este mensaje repetido hasta el hartazgo se convierte en un principio conservador del verdadero orden, el cotidiano. Se trata de una estrategia por la cual el sistema se prolonga, se extiende, se reproduce.