viernes, 24 de abril de 2009

Semillas


Borges buscaba una prosa perfecta. Una prosa que dijera lo exacto, en donde la precisión se superpusiera a todo. Sin salida, sin retorno; una prosa que acabara en sí misma, siendo solo ella el espectáculo: una luz que terminara en círculo. Por eso le resultaba tan difícil soportar los ademanes exagerados, la incandescencia y el hálito febril de Cervantes. Por eso puso a Quevedo antes que al Manco. Esa prosa en la que solo la precisión impera es un suicidio. Una forma de esconderse. Una manera elegante de protegernos ante todos y ante nosotros mismos. Uno se mira en el espejo y no ve nada. Un desconocido limpia los vidrios diariamente con su aliento.

Esa fue su respuesta, no la mía. Yo deseo una prosa seminal. Una prosa que acabe consigo misma: que se contradiga y se complemente al mismo tiempo: una prosa que se traicione y que viaje y nunca sea la misma; que se interfiera y sea siempre distinta y siendo siempre la misma nunca acabe. Una prosa de obstáculo, de torpeza; de fin y de comienzo. En espiral y no en círculo. No sé si esa prosa exista. Sí sé que algunos se han acercado a ella (véase p. e. Los cantos de Maldoror). El mismo Quijote estuvo más cerca de ella que el autor de El Buscón. ¿Si no se quiere perfección, que se quiere entonces? Exceso, alegría y tristeza, bostezo y rabia: vida al fin y al cabo.

sábado, 18 de abril de 2009

Alucinado


A veces siento que estoy en ningún sitio. Quiero tocar un mueble y solo toco mi piel: solo mi piel toca: doblemente lejos. ¿Es un viajero quien dentro de mí contempla, degusta y palpa las cosas que yo ni siquiera considero? Y si dentro y fuera son siempre lugares opacos, templos de sal quemada, ¿dónde me encuentro? Si nunca sé ni toco nada, si siempre confundido ando, ¿en dónde todo lo desconocido del mundo se concentra? Creo que finalmente estoy solo en mi piel. Y que esta cubierta es mi único asilo. Ni en las cosas ni lejos de ellas. Entre las tinieblas y el abismo, ¿acaso puedo escoger uno de ellos? El viajero se sienta y el mueble delirante canta: mi piel se desenvuelve, humilde ella, como un abanico cubriendo la realidad del aire, mofándose de su exilio.

lunes, 13 de abril de 2009

Dando vueltas

Casi siempre terminamos peleando. Una huaca que en este momento es un basurero. No entiendo cuál es el vínculo, la razón o la causa para que este pedazo de barro tenga que significar algo para mí. Hace muchos años para construir una carretera barrieron del mapa una o dos de estas. Cuál es el valor, qué hace especial esta construcción que en este momento no me causa la menor extrañeza. Acaso no es natural que cada nuevo pueblo que aparezca elimine todo vestigio de algo anterior. Un mundo debe ser destruido para que otro nazca. Y así el fin del mundo ha sido una y otra vez, lleno de sangre y flores y sepulturas. Quiero pensar que algo queda, pero eso no es más que otro intento desesperado de evadir la muerte. ¿Si todo acaba, no es lo más natural del mundo que una civilización termine también? Nuestra finitud me causa horror.
Muchos hombres antes que yo han pisado esta tierra. Han construido sus casas y sus campos, han hecho que la tierra florezca, que los árboles den fruto. Su trabajo no ha sido en vano; algo de ello queda aún en los atardeceres. Pero por más que intento e intento no puede acceder a ese toque de gracia que nos da la fe en algo. Me es imposible considerarme uno de ellos o incluso sentirlos cerca. Son tan extraños para mí como seguramente yo lo hubiera sido para ellos. Lo único que tengo en común con ellos es mi muerte, mi pobre humanidad, que es lo mismo que decir nada. Ellos también estuvieron acá. Y si esa coincidencia, esa azarosa casualidad, tuviera algún sentido sería el de la sorpresa o el desconcierto.
Y llega la pregunta: ¿y si me alimentara de sus muertos? ¿Si acaso construyera mi casa y mi tejado con el mismo barro? ¿Si cada una de mis ideas y mis sueños no fuera más que una ridícula proyección de algo ya ideado y soñado? ¿Si cada palabra sonara doblemente, como puro sonido y como otra vida? Estoy acabado no porque termine un ciclo sino porque hay algo completo que llevo dentro de mí como un segundo corazón. Ellos vivieron en esta tierra, también murieron en ella. Sus cuerpos, como un polvo blancuzco, aún deben reposar aquí. Aunque ya nadie se acuerde de ellos, aunque sus hijos y los hijos de sus hijos hayan muerto también. Si acaso un ciclo nos envuelve, si acaso encerrados en la rueda solo damos vuelta, quiero creer que cuando grito algo de ellos sobrevive y respira en ese grito. Y no es porque los conozca sino porque esa tierra, ese barro inesperado, del que está hecho esa huaca, mis manos y sus campos es el mismo. Quiero creer aún cuando sepa que todo es mentira: solo el milagro es real, aunque no exista.

lunes, 6 de abril de 2009

Dos poemas de Augusto Lunel


MI AMADA es un día de dos soles,su mirada es la estación de los metales.

Viajo por su garganta,
por desnudos planetas que habito con los labios.
Mis manos sueñan,
atraviesan jardines donde las flores son aves.

Sus hombros, ángeles atrapados en el vuelo,
me raptan en la huída.

Su corazón y el mío palpitan entre sus muslos.

Viajo por sus cabellos hasta el estanque de los peces de oro,
por aguas de otro planeta, cuando me mira.

Mi amada es la ciudad
donde por todas las calles se llega a la luna,
hermosos tigres se asoman a las ventanas.

LUNEL, Augusto. Los puentes. En: CARNERO, Carlos, Gonzalo PORTALS y Rubén QUIROZ (eds.). Los otros. Vol. 1. Lima, El lamparero alucinado, 2006, p. 122.

¡EL HOMBRE cogido entre redes de viento,entre los sueltos cabellos de su lápiz!
¡El hombre torna al sueño como quien vuelve a la patria,
los astros en contacto con el axón de sus neuronas!
Ser otro y él mismo.

Ibídem, p. 108.