sábado, 24 de julio de 2010

El amor y el tú


En uno de los ejemplos es obvio que la relación directa implica una acción sobre lo que me confronta. En el arte el acto del ser determina la situación en la cual la forma se convierte en una obra. La simple coexistencia adquiere todo su sentido en el encuentro; entra en el mundo de las cosas para prolongar allí su acción al infinito, para tornarse infinitamente en Ello, pero también infinitamente Tú, para comunicar la inspiración y la dicha. Ella “adquiere cuerpo”; su cuerpo emerge del flujo inespacial e intemporal, a la orilla de la existencia.
El sentido de este efecto es menos evidente en la relación con un Tú humano. El acto esencial que crea aquí la inmediatez es lo frecuentemente interpretado erróneamente en términos de sentimiento. Los sentimientos acompañan al hecho metafísico y metapsíquico del amor, pero no lo constituyen. Los sentimientos concomitantes pueden ser de especies muy diversas. El sentimiento de Jesús para con el poseso es otro que su sentimiento para el discípulo bienamado; pero el amor es uno. A los sentimientos se los “tiene”; el amor es un hecho que “se produce”. Los sentimientos habitan en el hombre, pero el hombre habita en su amor. No hay en esto metáfora: es la realidad. El amor es un sentimiento que se adhiere al Yo de manera que el Tú sea su “contenido” y objeto; el amor está entre el Yo y el Tú. Quien no sepa esto, y no lo sepa con todo su ser, no conoce el amor, aunque atribuya al amor los sentimientos que experimenta, que siente, que goza y que expresa. El amor es una acción cósmica. Para quien habita en el amor y contempla en el amor, los hombres se liberan de todo lo que los mezcla a la confusión universal; buenos y malvados, sabios y necios, bellos y feos, todos, uno después de otro, se tornan reales a sus ojos, se tornan otros tantos Tú, esto es, seres liberados, determinados, únicos; los ve a cada uno cara a cara. De una manera maravillosa surge de vez en cuando una presencia exclusiva. Entonces puedo ayudar, curar, educar, elevar, liberar. El amor es la responsabilidad de un Yo por un Tú. En esto reside la igualdad entre aquellos que se aman, igualdad que no podría residir en un sentimiento, cualquiera que fuese, igualdad que va del más pequeño al más grande, del más dichoso, del más protegido, de aquel cuya vida entera se halla incluida en la de un ser amado, hasta aquel que toda su vida está clavado sobre la cruz de este mundo porque pide y exige esta cosa tremenda: amar a todos los hombres.
Quede en el misterio el significado de la acción recíproca en el tercer caso: el de la creatura y nuestra contemplación de ella. Si crees en la simple magia de la vida, si crees que se puede vivir al servicio del todo, presentirás lo que significa esta espera, este quién vive, ese “cuello tendido” de la creatura. Toda palabra falsearía los hechos; ¡pero observa!: en torno de ti viven seres su vida y en cualquier punto adonde te diriges siempre llegas al ser.


BUBER, Martin. Yo y tú. Buenos Aires, Ediciones Nueva Visión, 1969, pp. 18-20.

miércoles, 7 de julio de 2010

Teoría de la lectura (o los libros y los muertos)


Leer es, básicamente, un acto de necrofilia. Nuestra atención se concentra sobre materia muerta, en un ejercicio de adiestramiento inexplicable. Las palabras se continúan, una a una, sin sentido aparente. Todo tiene un orden y el lector actúa siguiendo un libreto o, en el peor de los casos, una imposición. Sin embargo, algo dulce e inesperado surge; algo que brota como chispas, como el primer resplandor de la mañana, como el olor de un cuerpo bajo la lluvia. ¿Qué sucede realmente? Es imposible describir con acierto la serie de operaciones, de artificios y maniobras que, conjugadas, crean el libro. Aquello que estaba muerto resucita. Aquello cuya naturaleza se reducía a fibras de papel o al líquido flujo de la tinta se ha transformado en una voz cálida, descarada, vibrante. No sabría explicar con claridad ese momento. Lo cierto es que donde había uno hay dos. Donde nada había aparece un cuerpo insólito. La lectura se convierte en charla amena. La palabra adquiere una dimensión diferente: es un hablar inmarcesible, un escuchar que se sorprende, un espacio de comunión permanente. El libro, entonces, es habitación en llamas, bosque donde cantan los grillos, mar iracundo, noche estrellada, millones de huellas y gatos caminan por el desierto, abismo donde crecen flores multicolores, cristal por donde no pasa la luz, nieve desesperada, hojas suspendidas en el aire. Y en plena conversación nada importa. Un mundo dentro del mundo habita. Un aire dentro del aire se respira. Y en plena conversación todo importa. El mundo revela su carne verdadera. Revive el aire turbio de este tiempo. Leer es como hablar con los muertos: un ejercicio de amor, un desvanecerse en el aire, un siempre insistir ante lo imposible.