jueves, 15 de enero de 2009

miércoles, 14 de enero de 2009

This Body

This body. This body holding me… 
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Forma parte del aprendizaje —del “amansamiento”, según Sloterdijk— el descubrir que el mundo no nos tiene como centro.

Muchas veces nos encontramos en casa, solos, después que terminamos con la enamorada, el viaje que te prometieron no se dio y jalaste todos los cursos que podías jalar e incluso los que no podías. ¿Quién tiene la culpa? Dios que no existe, el gobierno que es un incompetente, los comunistas que joden todo, o nadie.

Es verdad que nada puede cambiar por que tú lo quieras, porque simplemente lo desees. ¿Soy tan importante para que todas estas cosas me pasen solo a mí? ¿Estas cosas me pasan solo a mí? El sufrimiento, el dolor, la alegría, la euforia son experiencias difícilmente compartibles. ¿Dónde estoy yo? ¿En qué recóndito lugar? ¿Dónde empiezo y dónde termino? ¿Es mi cuerpo mi comienzo y mi final? ¿Es acaso este el espacio en donde me doy a mí mismo? ¿En donde puedo asegurar que soy yo mismo? El cuerpo no es el espacio en donde habito yo. Tampoco es un templo que espere la visita de algún ser trascendente. Mi cuerpo es lo que me permite estar aquí y jamás es solamente un lugar, es el tiempo mismo; la inmortalidad que se da en cada pulsación, en cada milagroso movimiento.

Muchas veces en la escalera del tercer piso, de bajada o de subida, un súbito parpadeo me obliga a detenerme. Una fuerza sobrenatural o algo extraño a mí mismo me obliga a detenerme. Es como si mi sangre punzara. Como si otro latido cercano a mi corazón entremezclara su sonido, como si buscara su propia forma. Como si alguien me habitara y me ofreciera la oportunidad de la muerte. Me detengo y tomo aire y pienso "¿quién eres tú y por qué me pides esto?". Y comienzo el descenso o el ascenso y trato de olvidar otra vez.

Todo hombre cree que es el último hombre o el primero.Cree que su sufrimiento es único y auténtico. 
Cree que su alegría o sus ganas de morir son también únicas y auténticas.

Si un tipo de chaleco de cuero marrón con un sombrero de vaquero verde hoja caminara por las calles. Algunos lo mirarían extrañados. Si este mismo hombre pero ya no con chaleco de cuero marrón ni con un sombrero de vaquero verde hoja, sino con un par de muletas inmensas caminara por las calles, algunos lo mirarían con misericordia. Pero si este hombre empujara con sus manos el cochecito en donde transporta su tórax o si tuviera tres piernas y tres ojos y caminara con un tentáculo rosa a la mitad de su pecho, ¿quién lo miraría? ¿Alguien querría mirarlo? ¿Acaso no se espantarían y empezarían a correr?

No puedo sentir sino odio por alguien que me mira.

domingo, 11 de enero de 2009

¿Qué es la libertad sino provocar el sufrimiento de los otros? ¿Qué es sino asumir ese sufrimiento como propio?

lunes, 5 de enero de 2009

Al cuadrado

A veces me sorprendo. Todo hombre siente en algún momento de su vida esa extraña seguridad que le obliga a decir “soy un genio”. Y después una indescriptible certeza lo invade y efectivamente afirma “sí, soy un genio”. Nadie sabe si es verdadero ese momento o solo una ingenua colocación de fichas y de fechas. Tal vez sea un puro egotismo, un iluso velo de mentiras y omisiones. Qué más da. Supongo que si digo soy un genio algo de verdad hay en esa frase; pero esta verdad no está exenta de engaño. Creo que la estupidez habitual en la que nos encontramos (esa estupidez que nos hace confundir un vaso con una pecera o una manguera con un rifle) no es, si se piensa bien, más que esa otra manera de ser geniales que tienen los hombres. ¿Acaso no es asombroso cuando ante el peligro nuestra piel se eriza, nuestros músculos se ajustan y un aire bestial nos ilumina y nos prepara para la lucha, la victoria, la rendición o la muerte? Cuán genial es eso. Cuán genial cuando mi abuela coge su cuchara y, de manera sorprendente, come su sopa. Cuando eso ocurre no sé si besar a mi abuela o simplemente someterme a esa infalible cuchara, a ese plato deslumbrante, a esa sopa celeste. No sé si sentirme feliz ante el descubrimiento de la genialidad innata del hombre o doblemente estúpido, por mi abuela y por la humanidad entera.