lunes, 11 de noviembre de 2013

Escribir un poema



Escribir un poema.



Enrarecer las palabras, dejarlas sobre el piso, sobre la mesita de vidrio, al lado del florero o dentro de un gato arrojado desde la azotea hacia el pavimento o al mar que se mantiene vivo / te dije, el poema es una sustancia azul   



Asolar las palabras / el astro reina

La lluvia se esparce sobre la página

crecen eucaliptos y los viajeros se detienen bajo su sombra, beben, conversan de amor, descubren el miedo y la traición después de acariciarse el vientre tibio, mientras su mirada se confunde entre las monedas escarlatas de la codicia.

Son los mismos hombres que encuentran entre las palabras la muerte, que envueltos en un velo pardo van hacia el viento.

Todos ellos saben escribir poemas. No se preocupan sobre la voracidad ni la veracidad. No se preguntan sobre la sutileza ni el vacío. Un hombre se acerca a mí, afirma ser mi descendiente.

Me amenaza.

Miente.

Murmura poemas.

Mata mi homicidio.

Muere. Se mantiene fuera del poema.   

Han descubierto / ahora que yo retengo mis palabras las enlazo como si fueran los caballos de un carro en llamas

            Había un círculo: había una palabra: estaba también la agonía de lo dicho en el texto. Porque si cada estrofa, cada verbo, cada alusión es la misma, remite al mismo punto, no importan los viajeros / la noche me llama los árboles viajan conmigo / no es solo la repetición / es la vibración, te dije

                                                           Cada hombre suplica por su vida. Cada hombre recoge su oro / cada hombre recoge su honor / cada hombre recoge su horno / cada hombre recoge su hombro / cada hombre recoge su hombre / cada hombre se recoge / lo mismo recoge sin vacilación disuelve el líquido azul del poema sobre el mar que se estremece / y nadie viaja / como viajamos todos / y siempre hay eucaliptos en los caminos / y el agua no se enturbia, mi amigo / y el poema siempre está.
                                               Así nace. Así.