Escribir un poema.
Enrarecer las palabras, dejarlas sobre el piso, sobre la mesita
de vidrio, al lado del florero o dentro de un gato arrojado desde la azotea
hacia el pavimento o al mar que se mantiene vivo / te dije, el poema es una
sustancia azul
Asolar las palabras / el astro reina
La lluvia se esparce sobre la página
crecen eucaliptos y los viajeros
se detienen bajo su sombra, beben, conversan de amor, descubren el miedo y la traición
después de acariciarse el vientre tibio, mientras su mirada se confunde entre
las monedas escarlatas de la codicia.
Son los mismos hombres que
encuentran entre las palabras la muerte, que envueltos en un velo pardo van
hacia el viento.
Todos ellos saben escribir
poemas. No se preocupan sobre la voracidad ni la veracidad. No se preguntan
sobre la sutileza ni el vacío. Un hombre se acerca a mí, afirma ser mi descendiente.
Me amenaza.
Miente.
Murmura poemas.
Mata mi homicidio.
Muere. Se mantiene fuera del poema.
Han descubierto / ahora
que yo retengo mis palabras las enlazo como si fueran los caballos de un carro en
llamas
Había un
círculo: había una palabra: estaba también la agonía de lo dicho en el texto.
Porque si cada estrofa, cada verbo, cada alusión es la misma, remite al mismo
punto, no importan los viajeros / la
noche me llama los árboles viajan
conmigo / no es solo la repetición / es
la vibración, te dije
Cada
hombre suplica por su vida. Cada hombre recoge su oro / cada hombre recoge su honor
/ cada hombre recoge su horno / cada hombre recoge su hombro / cada hombre
recoge su hombre / cada hombre se recoge / lo mismo recoge sin vacilación
disuelve el líquido azul del poema sobre el mar que se estremece / y nadie
viaja / como viajamos todos / y siempre hay eucaliptos en los caminos / y el
agua no se enturbia, mi amigo / y el poema siempre está.
Así nace. Así.