martes, 10 de noviembre de 2009

Le nom du père

Se han acabado las posteadas. Todo lo que escribí en una noche, cada palabra, ha sido depositado en este espacio (no me atrevo a decir página). Mi pequeño almacén de traiciones ha concluido. Todo estaba programado. Cada día, cada sensación nueva era solo una réplica de algo que sucedió, tal vez, solo en mi mente. Ahí radica mi principal problema: no distinguir entre lo que sucede en la realidad y lo que no. Este saber es el que constituye la vida en sociedad. Imaginen a un hombre que todas las mañanas despertara insultando a su vecino; porque en sus sueños este lo ha perseguido con una metralla o un cuchillo lleno de sangre. Imaginen el rostro apenado de su esposa, de sus hijos que no comprenden porqué, apenas liberado del sueño, este hombre, con la bata aún puesta, sale, camina por el corredor y toca con convicción insana la puerta de su enemigo. Imaginen la contraposición del rostro legañoso del convicto y el padre ofendido. Eso no es comunidad. El vecino con el paso del tiempo se verá obligado a tomar medidas. Primero pedirá disculpas. Luego no cederá al impulso de la puerta. Ante el abrupto despertar de sus mañanas. Oscurecido por la falta de sueño. Lamentablemente endeble, este hombre cogerá un rifle amenazando a su vecino. Ambos quedarán en medio del corredor, ambos portadores de una verdad inconfesable, ambos personajes de una patética confusión. El sudor, el peso del rifle, la fuerza de los dedos decidirán al final cuál es el destino de aquellos hombres. No es necesario un charco de sangre para que la justicia se manifieste. Tampoco es suficiente una disculpa para que no lo haga.

El sueño es continuo; y cuando el sueño es continuo deviene enfermedad. ¿Cuándo inicia la realidad? ¿En qué momento una palabra, una acción, un deseo se convierten en algo manifiesto y real? Pasan los años y esta oportuna ceguera ha sido la excusa perfecta para mentir innumerables veces. La mentira como un modo de existencia, como una cualidad personal, la intimidad misma como un fraude. No me arrepiento de nada, nunca he creído en el bien y el mal. Las pocas veces que cruzaron por mi mente un dolor de estómago, los pies sangrantes de mi abuela, aquella noche en el circo fueron suficientemente reales como para desbaratar esta ficción.

Escribir es como aproximarse a la muerte. En algún momento se acaba el aliento, en algún momento el ritmo se trunca y luego solo queda el silencio. Qué decir sino: maldita sea van a cerrar la cabina.

No hay comentarios: