domingo, 29 de noviembre de 2009

Voces


Escucho voces en mi cabeza. Desde hace días pienso; quiénes hablan, qué dicen, por qué lanzan sus palabras como si fueran a ser recibidas. No es una ofrenda, les digo, no estoy obligado a aceptarlas. Grito. Suenan. Bandejas de cristal y cubiertos dorados chillan, en pedacitos, reflejados en mi mente y flotan sobre mi sangre y ante el miedo que me producen no soy yo mismo, sino un rompecabezas de otras voces. Interminables respiraciones, susurrantes palpitan, en un recorrido interminable: la verdad surge en esas miles de bocas abiertas, dientes apretados y las palabras son fuego puro y me dicen no más, no más. No encuentro una salida, me asfixio porque no sé, porque su realidad es auténtica y me aplasta, porque no soy nadie. ¡Basta, basta! Grito. Estoy solo en mi habitación y el espejo también se encuentra vacío y un vaho turquesa se posa sobre su superficie y miro desde mi ventana y una multitud de cabezas pequeñas respiran ese aire venenoso y compartido. Mi frente sangra y todas las venas de mi cuerpo parlotean y su chillido se mezcla con el ruido inasible de las piedras arrastradas por el río. No hay melodía, solo mi pecho que se hincha y desciende, solo una calma que poco a poco se apodera de mí y me brinda un limitado pedazo de silencio; tan puro que me estremece, me acerca a la muerte.

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