domingo, 16 de enero de 2011

Luna, Mariposa, Gramática, Nuera y Pergamino


Tiempo después se encontraron en una habitación. Él acababa de despertar. La cabeza le dolía y la respiración era ajustada. "Cuando la luz se acabe, me acercaré a ti: todos los libros caerán al piso, incluso esa monstruosa gramática que nunca abandonas, que lees con desesperación por las noches, imaginando de seguro que ahí existe, sólo ahí, un punto fijo, el vacío, tu pupila". Pensó en su rostro. Algo se movía sobre su piel pálida. Una sola luz caía sobre sí mismo: la luna aullaba tras la luna. Quiso tocarse. No pudo. Un cable o, tal vez, una cadena: una materia rígida y real lo aprisionaba. Abrió los ojos, creyó que lo hacía. "En el invierno no hay mariposas y no importa si el cielo sigue manchado, si cada uno de nosotros desaparece de la faz de la tierra, incluso cargando el enorme libro". La luz lo lastimaba. Había despertado sin memoria. Un leve dolor en la parte baja de la espalda lo delataba. Él era, él había sido, el único culpable. Cerró los párpados con furia, con la convicción de que no importaba nada, de que todo desaparecería con sólo desearlo. Apretó los dientes; cada músculo chilló, como si un chisporroteo de cabellos de luminosos lo golpeara, como si su rostro fuera el piso inverosímil de un ejército de arañas. "Las hojas caen, se mantienen sobre el viento". Abrió los ojos con resignación; descubrió que estaba amarrado, sentado sobre una silla, que su cuerpo no existía, que quien quiera que fuera no importaba. Estaba atrapado. "Incluso eliminando cualquier vestigio, algo quedará de mí". La pregunta llegó rauda, incolora, venenosa.
—¿Lo encontraste?
—¿Qué?
—¿Acaso intentas engañarme?
—No lo encontré, fue en vano. Nadie supo darme razón del pergamino. Lo intenté. Espero tu perdón, aunque sea inútil.
—Eres libre de salir de este ambiente, si lo deseas.
“¿Encontré el pergamino? ¿Fui capaz de hallarlo? ¿Qué pasó con los demás? ¿Dónde están los demás?”. Un trozo de hielo, áspero y mortal, descendió desde su cara, se deslizó suavemente bajo su camisa, sucia y húmeda, acabó por recorrer su vientre, se hundió inaccesible entre sus telas. “¿Qué hubiera dicho ella? Nada”. Recordó a la muchacha, la misma que ahora lo miraba llena de rencor y asco.
—Nunca pensé que mi búsqueda terminara así.
—¿Así cómo? —La muchacha insinuó una sonrisa de desprecio. El gran libro pesaba aún sobre su espalda.

No hay comentarios: