viernes, 31 de agosto de 2012

Muñecas

De porcelana o de plástico, rellenas de pétalos marchitos o de musgo o de algas o de dientes de murciélago o de trocitos de papel sumergidos en agua de loto, son indispensables para el sueño. Cubiertas de nieve o hechas de cal, hambrientas, descuartizadas, ansiosas, turbias, brillantes, que poseen ojos enormes como sandías y minuciosos labios de añil, arden toda la noche. Colocadas sobre un pararrayos o sobre un espantapájaros, o ellas mismas invocando el relámpago y el excremento de las aves, persisten en el tiempo defectuoso de los hombres. Antiguas, serenas, pardas, que poseen genitales de felino o dentadura de coyotes amarillos, que poseen la textura del vidrio o suavemente cubiertas de porcelana, de aparente dulzura, de sonrisa de cernícalo, de cintura angosta y cabellera rojiza, de piel invisible, con toda su circulación a la intemperie, en vez de corazón un zumbido encerrado en una botella, cubiertas de brea, privadas de latidos y de piernas, sufren el auspicioso desplante del viento. Con un dragón azulado dispuesto sobre su vientre, llenas de odio, atravesadas por una barra de metal luminoso, enterradas, en el centro de un huracán de ceniza. Inútiles. En llamas. Que sangran. Invulnerables a las horas. Con una garganta que aprieta la delicada envidia de la vida.     

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