viernes, 24 de abril de 2009

Semillas


Borges buscaba una prosa perfecta. Una prosa que dijera lo exacto, en donde la precisión se superpusiera a todo. Sin salida, sin retorno; una prosa que acabara en sí misma, siendo solo ella el espectáculo: una luz que terminara en círculo. Por eso le resultaba tan difícil soportar los ademanes exagerados, la incandescencia y el hálito febril de Cervantes. Por eso puso a Quevedo antes que al Manco. Esa prosa en la que solo la precisión impera es un suicidio. Una forma de esconderse. Una manera elegante de protegernos ante todos y ante nosotros mismos. Uno se mira en el espejo y no ve nada. Un desconocido limpia los vidrios diariamente con su aliento.

Esa fue su respuesta, no la mía. Yo deseo una prosa seminal. Una prosa que acabe consigo misma: que se contradiga y se complemente al mismo tiempo: una prosa que se traicione y que viaje y nunca sea la misma; que se interfiera y sea siempre distinta y siendo siempre la misma nunca acabe. Una prosa de obstáculo, de torpeza; de fin y de comienzo. En espiral y no en círculo. No sé si esa prosa exista. Sí sé que algunos se han acercado a ella (véase p. e. Los cantos de Maldoror). El mismo Quijote estuvo más cerca de ella que el autor de El Buscón. ¿Si no se quiere perfección, que se quiere entonces? Exceso, alegría y tristeza, bostezo y rabia: vida al fin y al cabo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

bostezorabia