viernes, 3 de octubre de 2008

Polvo de rosas

He sospechado del amor. Hoy mientras sentado esperaba que Claudia se acercara a la ventana, una extraña luz llenó mi pensamiento. Tal vez ella ande desesperada porque su evento no resultó como pensaba. El caos reina siempre que Claudia aparece con sus pelos revueltos, digna a sacrificarse y diciendo "no esperaremos a que nadie cambie el mundo" (un mundo de color por supuesto, así lo imagina ella). En el pasadizo fumo un cigarrillo que arde y enciende la  pequeña lucidez con la que puedo ver detrás de las cosas. Las personas se reúnen y recorren, algunas de la mano, el mismo sendero que yo, es un periplo donde lo común y el interés se imponen. Una ex pareja que tuvo cuatro años de relación, de un momento a otro, se cruzan en el pasadizo. ¿Qué harías? Ella saluda, no con apuro, de manera suave, como quien hace un favor, un servicio, la constatación entre un cuerpo desfigurado por el fuego y una fotografía amarillenta. Él la pasa peor. Es extraño: tratar de reponerse de algo así puede aniquilar a cualquiera. Cruzan uno frente al otro y puedo asegurar que el tiempo no termina para ellos. En un descuido que se dé, ella o él se harán más humanos, incorregiblemente humanos. Alguna vez se amaron y cuando se acabó nadie sabía la otra parte de la historia, Claudia. Ella lo abandonó porque el amor se convirtió en un hombre desconocido, claro como una hoja de papel y leve como un sueño. Lo que siempre deseó. No pudo evadirlo. Se dejó caer y, atrapada en una red, las cosas fueron diferentes. 

Ahora que se cruzan y se saludan siento una extraña tristeza. No me importa tanto el hecho de que sean ellos u otros, sino el que algo tan hermoso muera. Una vez, cuando la poesía era todavía una palabra curadora, escribí sobre la verdadera belleza de la rosa. En ese momento, con bastante torpeza y poca técnica y cuidado, veía una rosa secarse y veía en esa rosa secarse la vida, no algo como una cosa, sino como un despertar, como si un hombre siempre distante nos salvara y después y después desapareciera simplemente. En el salón alguien habló de la rosa y alguien más habló del amor, del amado y del amante y el mundo muere y seguirá muriendo. ¿Existe esa belleza que cura y que permanece como un arbusto ardiente en medio de un bosque helado donde los pájaros colgados de sus ramas titilan y sus graznidos son una fuerza misteriosa que mueve al bosque y a ese pequeño arbusto que no se agota? Claudia mira desde la ventana, levanto la mano y le digo "no cambies, Claudia; salvaremos al mundo pero ¿quién nos salvará a nosotros?". Ella sonríe, y es una pena que su sonrisa no sea esa luz silenciosa, sino esa rosa que se seca, esa rosa convertida en polvo que viaja invisible por el viento y se impregna en mi corazón y en mis pulmones.

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