miércoles, 26 de agosto de 2009

Ey, Burbuja, repeticuá (usted no aprende): El mundo feliz de la bestia



No me preocupa lo que muestra la película, sino lo que dice entre líneas. Según la contextualización, el fenómeno presentado (no pienso en la apariencia del hombre elefante, sino en la lógica social que se rige según parámetros de lo bueno y lo malo, lo bello y lo feo) es una muestra más de la mentalidad burguesa europea de fines del siglo XIX y comienzos del XX. Si seguimos esa línea de lectura no es casual que una presencia tan adorable como la interpretada por John Hurt establezca una suerte de malabarismo esperpéntico entre su fisonomía y la terrible bondad que emana desde las profundidades de la misma. La muerte de este personaje no es solo un acto de generosidad, una suerte de final bonito, sino representa un serio cuestionamiento a la pregunta: ¿existe algo de bondad en el interior del hombre? ¿Puede la educación convertir a una bestia en hombre? Un sujeto dibujado con un trazo tan bien definido es de por sí una aberración. No se trata de que se enfrenten el bien y el mal, sino de mostrar que ambos lados de la pregunta son una patraña. Esta polaridad propuesta como explicación y justificación de la lógica social, existencial y ontológica del ser humano es, a todas luces, limitada. No creo que nuestro destino, me refiero al de la humanidad, esté orientado hacia la mejora de la vida en común. La modernidad fue un canto apresurado que terminó en tragedia. El hombre no mejora, porque su existencia no es sino un asunto histórico, y la historia es ante todo tiempo, el tiempo del cuerpo, las emociones, el pensamiento. El problema es que siempre habrá problemas. Las soluciones estáticas que suponen una autorregulación del sistema implican, por lo general, un total sometimiento de la instancia crítica y racional del hombre, por no hablar de su esencia patética e irreversible. En ese sentido la doble polaridad representada por el hombre elefante es un síntoma más de la alarmante estrechez de este tipo de lógica. Surgen de esto nuevos cuestionamientos: ¿Dónde ubicamos la maldad? ¿Es el hombre malo por naturaleza o es, nuevamente, la sociedad quien lo corrompe y condiciona a ella? Esas preguntas son una consecuencia inevitable del pensamiento que intenta recuperar la universalidad del proyecto moderno. Con esto queda claro que no hay nada más ingenuo e inocente que creer en una bondad intrínseca al ser humano. Muchas más máscaras, sin duda: ¿y por qué no una máscara de la “inhumanidad”, de la bestialidad? No hay fondo, debajo de las máscaras solo hay más máscaras. Make me a mask?

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