domingo, 25 de octubre de 2009

Vs.


Los canarios no cantan.


Todas las mañanas mi hermana y yo nos acercamos sigilosamente al cuarto de la abuela. Escudriñamos, atentos. Ella duerme aún. Los canarios reposan suavemente en su frágil casa de madera. Nos miramos, nos decimos, damos palmas. Volvemos corriendo a nuestra habitación. Hoy seguramente, así será.

Mi abuela habla desde hace mucho un lenguaje cristalino, puro y, por eso mismo, incomprensible para nosotros. Su tiempo transcurre sobre el nuestro milagrosamente. Nadie lo nota. Pero las flores crecen desesperadas, alegres, beben de sus palabras, de su tiempo.

Los canarios no entienden de seguro. Miro a mi abuela sin tiempo. Acaso ella lo sabe, se contiene, no dice nada. Los pájaros amarillos y deleznables para mí, no lo son para ella. Espera todos los días y todos los días asume la ausencia de su canto. Todavía recuerdo su esfuerzo para conseguirlos. Los pájaros no cantan, mientras ella se mantiene firme en su silla. Nos miramos, mi hermana y yo. ¿Cómo combatir ese silencio que lo embarga todo? ¿Ese silencio que se lleva a nuestra abuela en un viaje sin alas por pasadizos oscuros?

No hay nada que decir.

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