miércoles, 23 de septiembre de 2009

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Leyendo a Coleridge me doy cuenta de que jamás entenderé por completo esa manera de concebir el arte. Sucede lo mismo que con las Vanguardias. Esa tendencia hacia el terrorismo artístico nos resulta incomprensible, por más que la disfrutemos y admiremos. No se trata solo de inteligencias distintas, sino de sensibilidades distantes. Para ellos el boicot era algo consecuente con su comprensión del mundo. Era necesario tumbarse algo. Eso que tenía el prístino nombre de academia o “arte”. Había una entidad/impedimento que se oponía con su presencia y principios a la búsqueda de ellos. En ese tiempo todavía podían sentirse héroes. Se trataba de un mundo en el que lo épico aún tenía cabida. La explosión, el ejercicio de la oposición estaba permitido. ¿En este momento, es posible oponerse a algo, sin que resulte una pose o una impostura? No lo digo como un artista, sino como alguien a quien le gusta el arte. Ante la inexistencia de límites la esfera del arte se ha convertido en un ejercicio en el que todo está permitido. ¿Cuál es el criterio? Ya no se trata de una praxis propiamente dicha, sino de una teoría materializada. El artista concibe y esta concepción se arma en la realidad. Esto revela aquella concepción a la que somos extraños (as). No se trataba solo de una beligerancia estética, sino de una concepción que encontraba su sustrato en cada parte de su ser. Era una mirada y una escucha que les permitía repensar la humanidad en su conjunto, sobre la significación de lo humano. En esto radica mi incomprensión: no se trata solo de una búsqueda estética, sino de una búsqueda vital. En la cual lo ético y lo político no son elementos accesorios, sino el esqueleto mismo de un universo de preguntas. En una época dominada por el “auspicio”, ¿cómo recuperar ese anhelo de totalidad? El verdadero arte posee un componente subversivo intrínseco. Después de la lectura de un poema de Eielson, por ejemplo, me poseen las ansias de desnudarme, de salir corriendo, gritando a todos que la realidad es un fraude, de buscar un lago y sumergirme en él. Tal vez esa muerte helada sea la mejor respuesta para la pregunta que porta toda obra de arte.

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